El fin del ‘parole’ del preso político Lázaro Yuri Valle: “Si algún día me deportan voy a entrar gritando viva Cuba libre”
El periodista salió de una cárcel en La Habana el pasado junio rumbo a Estados Unidos con un permiso del Gobierno de Joe Biden. Ahora, la Administración Trump le exige que vuelva a la isla o le amenaza con la deportación
Las autoridades penitenciarias de la cárcel de máxima seguridad Combinado del Este, en la periferia de La Habana, lo condujeron esposado hasta el quinto piso del Hospital Nacional, y luego lo amarraron a una camilla de enfermos. Estaba seco, puro hueso y pellejo. Se dice que, cuando su esposa entró al clínico y lo vio, estalló en llanto y gritó que se iba a morir, que en realidad lo estaban matando desde hace tiempo. Luego partirían ambos, custodiados por agentes cubanos, hasta el Aeropuerto Internacional José Martí. Lázaro Yuri Valle Roca y Eralidis Frómeta, o Lily, se largaron de Cuba el 5 de junio de 2024 como beneficiarios del programa de parole humanitario que la administración de Joe Biden extendió a ciudadanos de la isla. A él le quedaban dos años para cumplir su condena, y la amenaza del Gobierno cubano fue precisa: o desapareces del país o te mueres en prisión.
El día que tuvo que irse fue un día raro. Cuba es casa, es “su cuartico” de Nuevo Vedado, caluroso, pegajoso, pero suyo. Se estaba yendo, de algún modo, sin quererlo. Había viajado antes por motivos profesionales, tuvo una visa múltiple a Estados Unidos, pero siempre regresó. El último día en su tierra, a Lázaro, de 63 años, no le dio tiempo de despedirse de los vecinos, ni del barrio, ni de agarrar sus cosas. Fue Lily la que empacó lo esencial: las fotos de la madre y los abuelos, su infancia entera. También agarró un pantalón, un pulóver, la única ropa con la que haría el viaje al norte.
Los agentes lo vigilaron hasta el final. Si en el aeropuerto sonaba el teléfono, se le paraban al lado para escuchar qué hablaba. Si se movía, ellos se movían con él. A la hora de abordar, fueron quienes lo subieron al avión, lo sentaron, le pusieron el cinturón de seguridad, y ordenaron a la tripulación que ninguno de los dos podía levantarse hasta que la nave despegara. Lázaro no se fue de Cuba como un paroleado más, como los casi 111.000 cubanos que salieron desde inicios de 2023 con el programa, una vía legal con la que se libraban de un país en su peor crisis, sin comida, sin medicinas, sin electricidad. Casi una jungla. Lázaro se fue como un preso político, como un opositor declarado, como un periodista desertor, como un traidor.
Ahora responde a la llamada desde su casa en Lancaster, Pennsylvania, un sitio del que le gusta todo menos el frío. Va recuperando las casi 30 libras (14 kilos) que perdió en prisión. Está aprendiendo a acostumbrarse a otro sitio, poco a poco. “Tienes que empezar a adaptarte, porque es una vida fuerte, pero me gusta porque tengo libertad”, asegura.
Aún no había terminado de adaptarse cuando recibió la orden de que debe irse otra vez, volver al lugar del que fue prácticamente expulsado y, en todo caso, a la vida en prisión, a los malos tratos, a la falta de insumos para sus múltiples padecimientos, a los golpes de los carceleros, a sus chantajes. Hace unos días le llegó el mismo correo electrónico que han recibido miles de cubanos, venezolanos, nicaragüenses y haitianos, una misiva que les anuncia a todos por igual que deben abandonar el territorio estadounidense en un mes, o de manera automática comenzarán a ser ilegales ante la ley. “Usted debe salir de los Estados Unidos ahora, pero no más tarde de la fecha de terminación de su libertad condicional”, dice el mensaje, que también les avisa del fin del permiso de trabajo que hasta ahora les garantizaba el programa.
“Cuando leí ese correo tuve un sentimiento encontrado. Me dije: ¿por qué?”, cuenta. “Si quieres hacer una limpieza en tu casa, sacas los parásitos y los insectos, pero hay algunos que no son malos, como las abejas, que proporcionan miel y son trabajadoras. Creo que se tenía que haber hecho una selección, analizar cada caso, entender por qué estamos aquí”.
El ultimátum del Gobierno dice que el 24 de abril es la fecha que los beneficiarios del parole humanitario tienen para marcharse. De lo contrario, serán unos indocumentados más, como los millones que tienen miedo a salir de casa, ir al trabajo, o al hospital. Pero Lázaro no ha logrado sentir ese miedo, como si su cuerpo estuviera curtido ante cualquier espanto. “Estoy preocupado de pensar que tenga que ir para Cuba, ¿pero qué miedo voy a tener, si allá me enfrenté a un monstruo y una represión desmedida?”, dice.
Lázaro ha conocido el horror de siempre, desde que era un niño y Fidel y Raúl Castro visitaban su casa. Es nieto de Blas Roca Calderío, fallecido político de alto rango de la cúpula cubana desde inicios de la Revolución de 1959. Presenció las maniobras de los gobernantes, supo cómo actuaban, hacia qué hueco estaban conduciendo al país. “Yo siempre fui un revirado de ese Gobierno”, dice. Ya de adulto, se fue a militar solo al grupo de los opositores, de los gusanos, de los disidentes. Un niño preparado para ser todo lo contrario, años después era el joven que le declaró la pelea al castrismo.
La vida de Lázaro en Cuba ha transcurrido entre golpes, calabozos, amenazas. Estaba en la mira del Gobierno por su labor como activista y periodista independiente. Difundió las marchas que protagonizaban las madres, hermanas y esposas de presos políticos unidas en el movimiento Damas de Blanco. Más de una vez terminó golpeado por la policía por su trabajo. Denunció desalojos. Fue multado y pasó varios días en el calabozo. La última de sus acciones le costó una sentencia de cinco años de privación de libertad, que cumplía cuando salió de Cuba hace menos de un año.
En la mañana del 14 de junio de 2021 Lázaro se paró en un balcón de la calle Zanja, en Centro Habana. Mientras un compañero lanzaba al aire cientos de octavillas con frases de los héroes nacionales José Martí y Antonio Maceo, Lázaro filmaba la lluvia de mensajes sobre las cabezas de los paseantes, que los recogían y leían entre la sorpresa y el temor. Luego subió las imágenes a YouTube. Horas después, fue detenido por las autoridades cubanas. Pero eso no fue lo peor. Cuando al mes siguiente, exactamente el 11 de julio de 2021, estallaron las protestas inéditas antisistema en casi toda Cuba, que acabarían con más de 1.500 ciudadanos convertidos en presos políticos, Lázaro fue acusado de haber impulsado las manifestaciones callejeras. “Me querían sancionar por 30 años, porque decían que era un cabecilla, incitador, querían culparme por sedición, adjudicarme lo que sucedió”.
Durante sus años de cárcel, múltiples organizaciones internacionales denunciaron el maltrato al que fue sometido, y su delicado estado de salud en prisión. En todo ese tiempo sufrió pérdida de la visión, tuvo un fallo renal, una desviación del tabique producto de una golpiza de los carceleros y una bronconeumonía crónica. En tres años, apenas recibió asistencia médica.
Fue su esposa quien hizo todo lo posible para que un familiar les sirviera como patrocinador y así sacarlo del país con un parole. Lázaro siente alivio y no piensa volver por ahora. Asegura que “su pelea es en Cuba”, pero prefiere estar tranquilo en este momento. Está comenzando a tramitar un asilo político, pero dice que, si algún día lo deporta el Gobierno de Donald Trump y aterriza nuevamente en La Habana no se va a callar: “Voy a entrar gritando Abajo Miguel Díaz-Canel y Viva Cuba Libre. No voy a entrar de mansa paloma, voy a seguir peleando”.
Varios sectores de la comunidad cubana han mostrado preocupación por lo que pueda sucederles a Lázaro y a su esposa. “Si lo deportan a Cuba hay un nivel de riesgo muy elevado de que en cualquier momento pueda regresar a la cárcel, por su pasado como periodista independiente y activista”, aseguró a EL PAÍS el abogado cubano Raudiel Peña Barrios, miembro del grupo de asesoría legal Cubalex. Muchos le han pedido al Gobierno republicano que considere un caso como el suyo. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) pidió a las autoridades estadounidenses que “rescindan esta carta”. El Centro de Documentación de Prisiones Cubanas alertó del peligro de una posible deportación. “Es imperativo que la comunidad internacional y las organizaciones defensoras de derechos humanos se solidaricen con esta causa, exigiendo que se les otorgue protección y se les otorgue derecho al asilo”, comunicaron. “Sus regresos a Cuba les condenaría a revivir el infierno del que lograron escapar”.